El curioso origen medicinal del amargo de Angostura y su camino hacia la coctelería

El curioso origen medicinal del amargo de Angostura y su camino hacia la coctelería

Tres ligeros golpes sobre una copa de cóctel, realizados con destreza por un bartender concentrado, suelen ser el broche final de muchas mezclas clásicas. Esa chispa final, pequeña pero potente, es casi siempre obra del amargo de Angostura. Una o dos gotas bastan para transformar por completo el sabor del cóctel, y rara vez se usan más de tres, dada su intensidad.

Este concentrado botánico, presente en cartas de coctelería de todo el mundo, es conocido entre los amantes de los cócteles, aunque pocos saben realmente de qué se trata. La angostura es una mezcla alcohólica que contiene un 48% de alcohol y está compuesta por hasta 25 ingredientes botánicos, como frutas, raíces, semillas y cortezas. Aunque su fórmula exacta sigue siendo un secreto desde que fue creada a inicios del siglo XIX, se conoce que su base principal es la genciana, una planta con propiedades digestivas. Paradójicamente, la planta llamada angostura no forma parte del preparado, pese a lo que muchos han creído durante años.

El amargo de Angostura no nació con fines gastronómicos ni festivos, sino como un remedio medicinal. Su creador, el médico alemán Johan Gottlieb Siegert, se unió al ejército independentista de Simón Bolívar en Venezuela. Fue allí, en la ciudad conocida hoy como Ciudad Bolívar —entonces llamada Santo Tomás de la Nueva Guayana en la Angostura del Orinoco— donde abrió un hospital en 1817 y desarrolló un brebaje destinado a aliviar los mareos y vómitos causados por el cólera y los viajes en barco.

Durante décadas, esta fórmula permaneció como parte del botiquín de los barcos. No fue hasta 1858, tras la jubilación de Siegert, que comenzó su producción con fines comerciales y recreativos. El nombre “Amargo de Angostura” fue elegido como homenaje al lugar donde fue concebido el remedio.

Desde entonces, el producto se ha mantenido fiel a su presentación original: una pequeña botella de diez centilitros con un tapón amarillo característico y una etiqueta blanca con letras negras que sobresale del cuerpo de la botella. La peculiaridad de esta etiqueta —más larga de lo que corresponde— se debe a un error de producción que nunca se corrigió. Primero se imprimieron las etiquetas y después se fabricaron las botellas. Al darse cuenta del desajuste, nadie se molestó en corregirlo, y con el tiempo, se convirtió en una seña de identidad de la marca, hoy considerada intocable.

El sabor del amargo es tan intenso que los expertos aseguran que no puede consumirse solo, sin diluir. Sin embargo, una vez se mezcla con otros ingredientes, su efecto es inmediato: realza los sabores y añade una nota indescriptible incluso para los bartenders más experimentados.

Durante las primeras décadas del siglo XX, la angostura se consolidó como un ingrediente esencial en la coctelería. Su presencia es obligada en clásicos como el Manhattan, cuya receta incluye whisky, vermut y, cómo no, unas gotas del famoso amargo. El origen exacto del cóctel Manhattan está envuelto en varias leyendas: algunos lo atribuyen a Jennie Jerome, madre de Winston Churchill; otros, a un barman neoyorquino llamado Black; y también se cuenta que surgió en un barco rumbo a Nueva Orleans, cuando dos amigos mezclaron vermut, whisky y angostura por pura casualidad.

Hoy en día, la receta se ha sofisticado en manos de expertos como Javier de las Muelas, de la coctelería Dry Martini en Barcelona, quien utiliza whisky canadiense Crown Royal y vermut Martini Rubino. El número exacto de gotas de angostura que emplea sigue siendo su secreto profesional.

El cóctel Manhattan también fue protagonista en el cine. En la mítica película Con faldas y a lo loco, Marilyn Monroe y Jack Lemmon improvisan una mezcla de Manhattan en un vagón de tren usando una bolsa de agua caliente como coctelera. Aunque en la escena no se ve la angostura, sí se menciona la cereza al marrasquino, otro elemento clave de esta icónica bebida.

Así, aquel remedio para el mareo creado en un rincón remoto de Venezuela terminó convertido en símbolo de elegancia y sabor dentro del universo de la coctelería. Un testimonio más de cómo los caminos del gusto pueden surgir de los rincones más inesperados.